Seguro que a más de uno, desde que inició su periplo en este mundo del costal y la trabajadera, nos han preguntado alguna vez, en mayor o menor medida, la razón por la cual nos metemos cada año debajo de un paso sabiendo que el resultado final será la aparición de esta herida; puede que más de una ocasión hayan cuestionado nuestra cordura, alegando que, efectivamente, es de locos sufrir de esa manera, e incluso nos hayan calificado de masoquistas tras contemplar en nuestro cuello el "tomate" que lucimos orgullosos tras la salida procesional; y, bien pensado, puede que tengan razón…pero quizá no se hayan dado cuenta de que nosotros no vemos una herida, sino el colofón a una tarde de trabajo bien hecho; esa "postilla" habla de sensaciones, de apretar los dientes en las calles malas, de "levantás" al cielo, de "revirás" al milímetro, de marchas procesionales, del sonido del paso cuando lo recogen cervices costaleras, o de "bellotazos" contra los varales cuando se la mece muy cortito…antes que dolernos, nos reconforta saber que en esa herida quedan representados, al mismo tiempo, la devoción a una imagen y la amistad que te ata a tu cuadrilla, a la que con el tiempo se le trata de familia.
No es fácil explicar, aunque tampoco lo pretendo, por qué nos gusta sentir el cuello "arrugao" después del "ahí queó", o notar esa molestia en el hombro tras haberte peleado con un zanco; sólo sé que cada vez que apoyo mi nuca en el palo y empujo hacia arriba, cada vez que al mirar de frente veo a mis amigos en el martillo, más me alegro de ese bendito día en el que empecé a sentirme costalero; y a todo el que esta Cuaresma me vuelva a hacer esta pregunta le diré que para mí, portar a mis Sagrados Titulares hasta que aparezca esa herida, es la ilusión con la que vivo todo el año y lo mejor que me haya podido pasar en esta vida.
AUTOR. SALVADOR C.
No es fácil explicar, aunque tampoco lo pretendo, por qué nos gusta sentir el cuello "arrugao" después del "ahí queó", o notar esa molestia en el hombro tras haberte peleado con un zanco; sólo sé que cada vez que apoyo mi nuca en el palo y empujo hacia arriba, cada vez que al mirar de frente veo a mis amigos en el martillo, más me alegro de ese bendito día en el que empecé a sentirme costalero; y a todo el que esta Cuaresma me vuelva a hacer esta pregunta le diré que para mí, portar a mis Sagrados Titulares hasta que aparezca esa herida, es la ilusión con la que vivo todo el año y lo mejor que me haya podido pasar en esta vida.
AUTOR. SALVADOR C.