13 de agosto de 2013

Aquellos años... por José Antonio Rodriguez.




De diez o quince ensayos a tres o cuatro incluyendo la mudá. De los profesionales a los hermanos costaleros… las Cuaresmas del costal han cambiado tanto como la propia Semana Santa.
La Cuaresma, como todo, ha mutado. El estar vivo significa cambiar, evolucionar y la preparación de la Semana Santa no ha estado exenta de ello. En Sevilla se ha pasado de la vigilia de bacalao y espinacas a la ingestión de carne consentida si, previamente, se pasa por el cepillo.
Los coleccionables con capítulos históricos, los vhs con chicotás… las Cuaresmas que se intensificaban con los periódicos se acabaron revolucionando con internet donde siempre es Semana Santa. Símbolo de la Cuaresma son los ensayos. Parihuelas que deambulan por el casco histórico de la ciudad y, también, por los barrios. De los profesionales, a las primeras cuadrillas de hermanos costaleros hasta llegar en el punto donde estamos hoy, las tradiciones, las maneras y la organización ha cambiado. Como bien comenta el capataz Juan Mari Gallardo, los ensayos de las primeras cuadrillas de hermanos costaleros se producían en “verano, otoño e invierno” y, además, lo hacían una, dos o tres veces por semana. Es decir, que un costalero podía llegar al Domingo de Ramos con quince ensayos de una sola cofradía encima del cuello. En aquellos años, se hicieron “pruebas reales” con el objetivo de medir la capacidad de esos nuevos costaleros a los que llegaron a calificar como un “puñado de locos que querían jugar a los pasos”.



Aquellos ensayos comenzaban al anochecer, cuando los costaleros habían salido de sus trabajos u ocupaciones, y concluían bien entrada la madrugada o, casi, casi, al amanecer. Esas “pruebas reales” consistían en ir con los pasos a la Catedral, haciendo el recorrido más o menos pensado y con el peso aproximado del día de la salida. Era, sin duda, el examen práctico definitivo al que se sometían aquellos nuevos valientes, despojados de profesionalidad pero alimentados con la devoción y, por qué no decirlo, con la afición. Alberto Gallardo fue el creador de la cuadrilla de hermanos costaleros en su hermandad de los Gitanos. “Nosotros hacíamos siete u ocho ensayos y lo que más me preocupaba es que se fuera a lastimar alguno de los chavales, porque era algo muy común al no ser profesionales”. Con el tiempo, aquellos ensayos que iban a la Catedral se dejaron de hacer. “Se hicieron hasta que se metió la policía urbana”, cuenta Gallardo. En cierta medida, habría que imaginarse un casco histórico que, por las noches, se revestía de cofradías que buscaban la Catedral. Incluso, las de Triana cruzaban el puente en esa “prueba real” en la que, no sólo, se medían las fuerzas de los costaleros; también se detectaban posibles obstáculos–farolas, andamios, rótulos luminosos– que podrían causar un imprevisto si hasta el día de la salida no se hubiera tenido en cuenta. En su día, los costaleros profesionales ensayaban más bien poco. Era tal la preparación que, con la mudá, era suficiente.
Con profesionales comenzó a mandar un jovencísimo Manolo Villanueva que, a lo largo de su carrera, ha intentado mantener la disciplina de pocos ensayos y cortos en el tiempo. “Quedábamos a las nueve, para estar igualando a las nueve y media. Y en torno a las doce, ya está la parihuela dentro”. Hoy todo ha cambiado.
Hay ensayos en polígonos industriales y en los lugares más remotos, sobre todo porque, cada vez más las parihuelas se guardan en espacios alejados del centro donde el alquiler de un local supone un desembolso mayor que en otras zonas más asequibles. Ahora, incluso, todo parece más controlado. Los pasos llevan sofisticadas luces de gálibo por recomendación del Cecop, institución que conoce, de forma aproximada, los lugares y las horas donde una cofradía está ensayando. Atrás quedaron los ensayos con radiocasetes. Dicen que, este año, en alguno se ha visto un reproductor iPod con mando a distancia.



Y es que la tecnología también ha revolucionado a las cuadrillas. SMS que avisan de la hora y el sitio de la igualá en la casa hermandad o en la plaza más cercana. Forman parte del pasado las tabernas y los cuarteles generales donde los profesionales, con sus hombres, se reunían… no sólo para ensayar. De aquellos tiempos, lo que a Alberto Gallardo resulta más entrañable son los momentos de convivencia después de los ensayos. “La gente que trabajaba en el Merca traía chacina y las novias de los costaleros preparaban los bocadillos con cuatro o cinco duros que poníamos cada uno”. Ahora son las hermandades las que se encargan de agasajar a la gente de abajo aunque, con la crisis, no es de extrañar que por aquí, también, se recorte…

De la revista  Pasión en Sevilla.

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