No obstante, se encontraba inédita otra versión del relato que se escribió unos veinte años después de la primera, con algún matiz significativo respecto a laanterior. El documento que analizamos es el informe de lasagrada Visita Pastoral girada a la villa de Almonte, en 1779, por el visitador eclesiástico don Miguel María de León, a la sazón cura de la parroquia de Santa María, de Arcos de la Frontera, cuyo manuscrito hemos tenido la fortuna de localizar en el Archivo del Arzobispado deSevilla. El sacerdote ilustrado, en clara referencia al descubridor de la imagen, tras detallar sus probables dedicaciones profesionales, señala con exactitud su nacencia, cuando narra: «A un antiguo cazador o ganadero natural de este pueblo, en enredado y confundido, en la espera y oscura breña de su término que llaman la Roçinase debió, en el siglo XV, el prodigioso Descubrimiento de la Santa y Peregrina Imagen de María Ssma.».
En aquellos días, la romería del Rocío recibía una concurrencia de peregrinos del occidente andaluz bastante estimable, más aún después de haber sido prohibida la de Consolación de Utrera en 1771. Vivía unos momentos dulces de emergente apogeo gracias, entre otras iniciativas, a la revitalización de la feria o mercado que se celebraba en los alrededores del santuario en torno a la pascua del Espíritu Santo. En 1772 volvió a obtenerseprivilegio real para su restablecimiento, merced a la intermediación prestada por el duque de Medina Sidonia,don Fernando de Guzmán, señor de la villa de Almonte,quien tenía puesto sus ojos en establecer una nueva población en terrenos cercanos a la ermita de la Virgen, proyecto que llevaba barruntando desde el año 1768.
De ahí que la mención expresa a la ascendenciaalmonteña del héroe deje entrever un cierto clamorreivindicativo del pueblo de Almonte sobre el pleno dominio de la imagen (ritual y simbólico) que le compete históricamente. Y no porque sintiera la amenaza de tenerlo que compartir con devotos de algunos otros puebloscolindantes que acudían ya con sus hermandades filialespor Pentecostés, sino por la incertidumbre que para losalmonteños hubo de revestir precisamente ese proyecto de colonización en el que llegó a escribirse que: «…la ermita del Rocío, sirva por ahora de parroquia a los nuevos feligreses». Desde que en febrero de 1789 se asentaron los primeros colonos, provenientes de localidades serranas como La Puebla de Guzmán, se suscitaron numerososenfrentamientos con los almonteños. Diversos documentos del archivo sanluqueño de Medina Sidonia recogen las continuas quejas de los pobladores por el daño queocasionaba el ganado de gente de Almonte en sus plantaciones y otras tantas disidencias conflictivas. Entrelas reclamaciones colonizadoras se registra la carencia quepadecían de asistencia religiosa, por lo que pudo haberse suscitado el temor de que el templo rociero tuviese que atenderla. Con respecto al afán de control y posesión de la imagen, como principal símbolo local, resulta especialmente sintomático que se consumasen variostraslados de la Virgen del Rocío al pueblo de Almonte, en la década final del siglo XVIII, como el que documentábamos que se efectuó en 1793. Y no digamos ya todos los años continuados que la milagrosa Intercesorase llevó resguardada en la iglesia parroquial de la Asunción en la guerra contra los franceses (1809-1813). Cuando Nuestra Señora regresó a la ermita, los colonos de la nueva población ya habían abandonado sus moradasrurales y el propósito agrario había fracasado.
Son escasísimos los descubrimientos de imágenes bajomedievales que dejaron huella escrita coetánea almomento en el que se produjeron. Casi todos redactaronsus respectivas leyendas de invención una vez que sus titulares adquirieron alguna celebridad (siglos XVI, XVII o XVIII). Estas narraciones han favorecido el aumento de la piedad popular, al oficializar de algún modo el origen decada advocación. La mitificación de unos comienzosmisteriosos y remotos es, cuando su difusión alcanza resonancia, uno de los instrumentos propagandísticos que, con mayor incidencia, contribuyen a engrandecer elpredicamento de una imagen. Y en el caso concreto que nos ocupa, el manuscrito que analizamos –gozo exultantehaberlo rescatado– es tremendamente útil para verificar la versión oral que hubo de circular de rociero en rocierohace unos siglos, en los que la aparición de la efigie quedódirectamente identificada con el pueblo del que es Patrona.Refuerza esta idea el hecho de que un siglo después, dos acreditados intelectuales publicasen sendas referenciassobre el vínculo almonteño de quien dio con la Madre. Por un lado, Antoine de Latour, secretario de los duques deMontpensier, refiere en su trabajo sobre la Bahía de Cádiz (1858) que fue un almonteño quien la localizó. Y de otro, el presbítero y bibliotecario del Arzobispado don José Alonso Morgado constata igualmente, en un artículo suyo aparecido en la revista religiosa «Sevilla Mariana» (1882),que «un vecino de la referida villa de Almonte» fue quien llegó al mítico emplazamiento. En definitiva, a la luz de esta nueva aportación documental, se redescubre otrovalor nuevo de un fenómeno multitudinariamente piadosoque reclama con urgencia la revisión histórica de los orígenes de la devoción a la Santísima Virgen del Rocío.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y AUTOR DE
VARIOS TRABAJOS DE INVESTIGACIÓN SOBRE EL ROCÍO