16 de mayo de 2016

ERAN LAS 3.01 CUANDO LLEGABA EL MOMENTO... POR María Carmona.


Marcaba el reloj las 3.01 cuando llegaba el momento por el que todo ha valido la pena. El barro, la angustia, el cansancio o la preocupación por los tuyos, por esa hermandad que se jugó el tipo y antepuso su devoción -centenaria en muchos casos- al bienestar de su capital humano. La recompensa llegaba, como siempre, de madrugada, con el salto de la reja que lanza a los almonteños a por su Reina y patrona.

Un salto que se ha producido siguiendo ese nuevo orden adoptado desde que en 2011 se rompiese uno de los varales del paso de la Virgen del Rocío, en el que la templanza se impone a las ganas y la ermita aguarda mucho más despejada la llegada del simpecado de la Matriz tras el rezo del rosario en la plaza de Doñana.

Es el conocido como 'rosario de las hermandades' -que este año ha contado con el acompañamiento del coro de la Hermandad del Rocío de Granada-, cuyo fin marca la verdadera cuenta atrás, pues la llegada de la insignia de la Matriz al altar es la señal para que los hombres de la Virgen puedan proceder a llevarla en volandas.


Y así la llevan desde las tres de esta madrugada por las calles de su aldea, epicentro de este Lunes de Pentecostés, en una procesión durante la que la Blanca Paloma, entre miles de fieles, visita las distintas casas de hermandad y recibe los vítores y salves de sus devotos, que en esta ocasión la han admirado ataviada con el conocido como vestido de los apóstoles y el rostrillo de Muñoz y Pabón.

Adornada con guirnaldas de nardos y sobre su tradicional paso de plata, Rocío Reina se pasea un año más sobre los hombros de los almonteños y ante los ojos de rocieros llegados de los rincones más dispares, desafiando al temporal que los recibió en sus caminos, para demostrar que pocas inclemencias pueden con el auténtico fervor.

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