Manolo Adame
se inició en este mundo desde la misma base, primero fue costalero de la
cuadrilla de Salvador Dorado Vázquez “El
Penitente”, para posteriormente ascender a contraguía y finalmente terminar
siendo segundo capataz del paso de Cristo.
Con el tiempo
terminó formando cuadrilla propia con otro capataz de gran recuerdo, Paquito
Quesada, prototipo de capataz de “paso de palio” mientras que Manolo Adame era
el capataz clásico de “paso de Cristo”. Formaron un
tándem especial hasta que por motivos de salud Paquito se retiró, pasando
entonces Manolo a la delantera de los pasos de palio.
Inicialmente
Manolo sólo tenía dos cofradías en Sevilla, Exaltación y Sagrada Mortaja, por lo
que el resto de los días de la semana trabajaba con su cuadrilla por localidades
de la provincia.
El espaldarazo definitivo le llegará tras sacar
por primera vez a la
Hermandad de San Esteban, después del excelente resultado
obtenido por la cuadrilla, las hermandades principales comenzaron a llamar a su
puerta, aunque la cuadrilla de Manolo Adame será siempre recordada en Sevilla
por las duras corrías que cada año tenía que afrontar, con importantes pasos de
misterio.
Sacó durante su trayectoria como capataz las
siguientes hermandades; La
Estrella, La
Amargura, Las Aguas, Santa Genoveva, San Gonzalo, San Esteban,
Los Panaderos, Exaltación, El Silencio, El Calvario, La Mortaja y El Santo Entierro.
Nos situamos
en los primeros días del mes de enero del año 1970, las navidades están todavía
a la vuelta de la esquina y en el seno de la trianera Hermandad de
la Estrella
se plantean la elección del nuevo capataz de la cofradía después de la retirada
de Manolo Bejarano, acontecida tras la Semana Santa del año anterior
(1969). Los primeros intentos de la
hermandad van encaminados hacia los dos grandes capataces del momento; Rafael
Franco Rojas y Salvador Dorado “El Penitente”.
Tras le
negativa de Rafael, que ya contaba el Domingo de Ramos con dos hermandades,
La Cena y San
Roque, le llega el turno a Salvador, el cual igualmente declinará el
ofrecimiento alegando que ganaba más dinero sacando los tres pasos de
la Hermandad
del Amor. No obstante, Salvador se permite la licencia de aconsejar la
contratación como capataz de la hermandad de la calle San Jacinto, a Manolo
Adame, al cual le unía una gran amistad desde la época de permanencia de Manolo
en la cuadrilla de Salvador.
Inicialmente a
la hermandad no le hizo mucha gracia aquello, pero el buen momento por el que
atravesaba la cuadrilla de Manolo Adame, y el hecho que fuera trianero de cuna
terminaron de decantar la balanza a su favor. Una vez cerrado el acuerdo entre el nuevo
capataz y la hermandad, ya sólo faltaba por cerrar un pacto secreto al que
habían llegado Manolo Adame y su amigo Salvador Dorado “El Penitente” como pago de los buenos informes que Salvador
procuró de Manolo a la hermandad.
El pacto
sellado entre los dos capataces era el siguiente: Al regreso del paso de palio de
la Virgen de
la Estrella,
en la entrada misma de Triana una vez pasado el puente, la cuadrilla de Adame
tenía que dejar dar una chicotá larga a la cuadrilla del
“Penitente”.
Y llegó la
madrugada del Lunes Santo. La
Hermandad de la Estrella retorna por el puente a la
iglesia de San Jacinto después de haber realizado la estación de penitencia a
la Santa
Iglesia Catedral de Sevilla, mientras la cuadrilla de palio del
“Penitente” una vez encerrado el paso de la Virgen del Socorro toma posiciones en
las inmediaciones de la capillita del Carmen.
Llega el
momento de la verdad, el paso de la Virgen de la Estrella ya se encuentra en suelo
trianero. Después de que Manolo Adame y el que por entonces era su segundo
Máximo Castaño Lagares, hicieran salir –no sin gran trabajo- a su cuadrilla para
dar paso a la otra, se levantó el paso de palio de la Estrella al son de la marcha
Campanilleros de aquella forma tan sin igual, que popularizó la cuadrilla de
Salvador Dorado, meciendo el paso mientras se levantaba a pulso. El delirio
entre el público se hizo presente, no parando de aplaudir hasta que los
costaleros posaron el paso en el suelo al concluir la
chicotá.
Ahora tocaba
colocar de nuevo bajo las trabajaderas del paso a la cuadrilla de Manolo Adame,
ésta, herida en su orgullo por haber sido sacada del paso sin su consentimiento,
se negaba a ocupar nuevamente sus puestos. El momento era una mezcla de tensión,
expectación y sentimientos no comprendidos. Sólo los ruegos de Máximo y las
lágrimas de Manolo que no sabía cómo solucionar aquello, consiguieron que la
cuadrilla, eso sí con alguna falta se metiera debajo del paso de la Virgen de la Estrella
nuevamente.
Manolo era un
hombre recio, tosco, al que difícilmente se le notaban las emociones, pera
aquella madrugada de Lunes Santo, las lágrimas le afloraron en un corto espacio
de tiempo, la primera vez como consecuencia del problema que se le venía encima
con su cuadrilla, referido anteriormente, y poco tiempo después la segunda,
cuando su cuadrilla ya colocada debidamente avanzaba sobre los pies de forma majestuosa
por la calle San Jacinto con la
Virgen de la
Estrella en una chicotá que para los allí presentes pareció
eterna.
El pique
surgido entre las dos cuadrillas fue el resultado del pacto secreto al que
habían llegado los dos capataces, ajenos a la sensibilidad y el amor propio de
sus costaleros.