... Por Julio Mayo Rodriguez.
¿Habéis advertido, queridos cofrades, cómo brota del interior del palio de la Virgen de los Ángeles la voz anónima de un costalero, chicotá tras chicotá, justo en el momento en el que sus capataces van a golpear el llamador por última vez antes de elevar la Reina al cielo, para proclamar tres palabras concretas a cuyo conjuro todos los hombres que van bajo el paso recobraban la fuerza suficiente para dotar cada levantá del mismo ímpetu e ilusión con la que hicieron la primera de la tarde? Se trata de un grito poderosísimo, capaz de exaltar los ánimos y reactivar el pundonor de toda una cuadrilla que viene repitiéndose desde la Semana Santa de 2004, cuando flaquearon las fuerzas, al regreso de la cofradía por su barrio de la Almazara. En aquellos momentos de debilidad, sus costaleros se propusieron levantar el paso como el día del retranqueo de aquel mismo año cuando probaban los varales sueltos. El impacto de la caída, a plomo, de los basamentos de cada varal, sobre la chapa metálica entremetida entre la base de aquellos y la mesa del paso, llegó a sobrecoger tanto que el reto de sus costaleros se centró en emular la emblemática subida.
Si reflexionamos sobre el significado que encierra ese pregón tan breve, pero tan grande, entenderemos que no han podido elegir los hermanos costaleros de este paso una carta de naturaleza, una constitución o unos estatutos que, con un articulado tan reducido, pueda precisar con tanta minucia y pleno acierto las señas de identidad que mejor definan a unos jóvenes penitentes que, hechos una verdadera piña, pasean cada Domingo de Ramos -y menudo paseo- a la Reina que sostiene delicadamente en su mano derecha un ramillete de olivas. Mientras continúen resonando las levantás así y de sus trabajaderas despunte esa bendita declaración de fraternidad, la cuadrilla mantendrá vivo, y esa será la mejor señal, el precioso hermanamiento que la reúne.
Tuve la oportunidad de convivir hace uno año , junto a vosotros, varias horas captando el sonido de los capataces Enrique González, padre e hijo, y el ambiente que se vive bajo las trabajaderas para la filmación del DVD que la productora Digital 3 ha editado esta cuaresma sobre el Domingo de Ramos. Las localizaciones programadas fueron varias. Entre ellas, la última prevista era la bajada por la calle del Paraíso y revirá con Antonio Machado, por lo que nuestra película presumiblemente concluiría cuando la Virgen de los Ángeles volviese la calle, casi en la misma embocadura.
Llegado el palio a ese punto, la banda municipal “Fernando Guerrero” interpreta la marcha “Trinidad” y el paso comienza a abrirse hueco entre un inmenso gentío, agolpado en las aceras para ver la Virgen itinerar por el Barrio Nuevo. El embrujo que derrochaban aquellas paredes encaladas, enfrentadas a corta distancia, en la que se sobredimensionaban las sombras de los nazarenos y de cuyos balcones, engalanados con terciopelos burdeos, prendían cascadas de gitanillas pintoneadas de claveles, terminó por conquistar nuestra voluntad. De modo improvisado decidimos continuar la grabación, pese al enorme riesgo técnico que conllevaba nuestro capricho.
La noche había caído y si la popular calle lucía en su máximo esplendor, la exquisitez de la Virgen de los Ángeles vino a colmar aquel derroche de gracia y exaltación de piedad religiosa. Sin salirse del elegante andar costalero de los últimos años, la Virgen se adentraba acompasada y armónica, señorial y majestuosa, pero sobre todo solemne por la calle de la familia Galán-Mauri, que tanto luchó porque Juan Manuel Miñarro la tallara para que finalmente procesionase el Domingo de Ramos.
Al comedio del Barrio, estalla el júbilo cuando suena la marcha “Esperanza de Triana Coronada” y el escenario se reviste de un halo con tintes de madrugadas añoradas. “¡Hay que seguir así!”, proclama con cariño Pepe Coto a su “gente de abajo”. Andandito sigue el palio sin sobresaltarse pese a la algarabía de los compases trianeros y por la gracia del destino, el irrepetible momento queda inmortalizado por las cámaras de Digital 3 para que pueda ser recreado tal como aconteció las veces que uno quiera. Cuando termina nuestra grabación, el palio vuelve a arriar para continuar su estación penitencial y mientras recogemos todos los bártulos percibimos el eco de una nueva llamada. Se oyen los primeros aldabonazos, un segundo golpe, la voz del costalero: “¡oído riñones, la gente buena!”, y al tiempo casi del tercer martillazo el costalero lanza desde las trabajaderas al aire de la noche el glorioso himno del paso y ángel de la guarda de toda la cuadrilla:
“¡¡...Y sigue sonando!!”.
Articulo extraido del boletin Domingo de Ramos, el cual edita nuestra hermandad de la Borriquita.