A mediodía del domingo 26 de abril, en el Teatro Municipal, el palaciego Antonio Manuel Romero Triguero aclamó las Glorías de María.
El coliseo romántico de los Cuadra, vaya lujo que tiene Utrera, una vez más se puso de gala para una cita cofrade. Esta vez, para cantarle a la Madre y el encargo lo tenía otro palaciego –el año pasado fue Julio Mayo- que también dejó el listón bien alto.
Ya se sabe, la gente de tan bendita tierra aman a Utrera y de qué manera.
Como viene siendo habitual, en estos actos, presidieron los reposteros de España, Andalucía y Utrera. En el escenario, estaban las autoridades con don Joaquín Reina, como director espiritual; Consolación Guerrero, delegada de Turismo como representante municipal, la Junta Superior del Consejo, el pregonero y el presentador. A la izquierda del proscenio, se encontraba un cuadro con el cartel del Mayo Mariano 2015 obra de Consolación Troya Pérez. Abajo, el patio de butacas y los palcos presentaron una buena entrada.
Abrió el acto la Banda Ciudad de Utrera, magistralmente dirigida por José Antonio Ramírez, con la composición “Rocío de Santiago” de Fernando Jesús Romero Triguero, hermano gemelo del pregonero.
Presentó el utrerano César Hurtado Durán, recibido con aplausos, que mezcló su gracejo con su seriedad, en un exordio pregonero que será antesala, más tarde o más temprano, del pregón grande que se realiza el Domingo de Lázaro. Quince minutos con voz modulada y aplomo de capataz, que le afianzan aún más en ser acreedor para los cofrades de Utrera en tan comprometido empeño.
Llegó el “Himno de la Virgen de Consolación de Utrera, Himno del V Centenario” compuesto, precisamente, por el director de esta formación musical y que fue un anticipo de lo que después iba a venir de manos del pregonero.
Un largo romance sirvió – a un elegante pregonero vestido de chaqué- para explicar lo que traía al pregón de las Glorias de Utrera desde su pueblo natal. Piropos uno tras otro que remató con Consolación que hizo levantar la emoción y el primer aplauso.
Esta primera muestra, ya nos indicó que una prosa lírica se iba a ir mezclando con poemas.
Siguieron los saludos habituales a todos los presentes de los Palacios, Lebrija, Puebla del Río y Utrera, y de nuevo llegó la emoción cuando pidió permiso a san Pedro para que abriera con sus llaves las puertas del Cielo y de esta manera, su futuro suegro Mané Morales, pudiera bajar y presenciar –junto a él- su discurso. Otro gran aplauso más, esta vez a los dos, al presente y al ausente, que desde aquel momento dejó de serlo, porque para muchos de nosotros, seguro, que él estuvo allí sentado.
Y así Antonio Manuel, mejor “Melli” siguió desgranando su canto dedicado a Utrera y a sus vírgenes, pregonando, es decir, “vendiendo la mercancía” como hacen los buenos pregoneros, según sus palabras.
Se paró en el mayo florido con las campanas, con los pasitos, con la cruz de mayo (aludió a la Soledad, su Virgen palaciega), Socorro, Dulce Nombre, Pastora y Merced (las dos de Utrera que viste), y pasó a Fátima con su barrio de las Veredillas, con una retahíla que desembocó en la Virgen más portuguesa y en otro sonoro aplauso del respetable.
Le tocó el turno a la Virgen de don Bosco y vistió su declamación de celeste y rosa, al recordar a su abuela y a una pequeña imagen de la Auxiliadora de los Cristianos, que vio cuando era un niño, y que le hizo conmover sus cimientos infantiles cuando ya de mayor pasó por la Vereda y se extasió con la primera imagen que -de Ella- llegó a España. Otro buen remate y otra vez, fue premiado por los presentes.
Su otro gran amor, el Rocío, se presentó. Entonces, empezó recordando sus inicios con sus primeras vivencias junto a la familia Poley que –pasado el tiempo- hizo que se mezclaran las arenas del camino con el aserrín de la carpintería de san José en un guiño a su hermandad utrerana de esta advocación. Citó a Muñoz y Pavón, y a san Juan Pablo II. Cantó al Simpecado y a la carreta, y enjaretó otro romance con las paradas de la ida a la aldea. Así, cantó a la Virgen de los Dolores del Altozano, a los mostachones de Diego Vázquez, a Sor Natividad y a las carmelitas, a Fernanda y su compás de tres x cuatro, a Fátima y a su capillita de ladrillos dorados, a Villamanrique y a la aldea; terminando con el Rocío bendito y la Esperanza del pueblo (alusión directa a su Virgen de los Gitanos), que dieron por fruto más aplausos sentidos y verdaderos.
Y siguió haciendo el ramo, que por algo es florista, y se acordó otra vez de su abuela Ana, de cuando venía a Utrera los miércoles, al mercadillo de la Plaza de Abastos. Quedaba la guinda del pastel de su pregón: Consolación.
A partir de ese momento, el resto de la artillería pesada de nuestra idiosincrasia pasó por el atril, pero, vistas por un “forastero”, menudo forastero si vive más en Utrera que en los Palacios. Sin dudas, una licencia que se tomó.
Para él, cuando niño, Consolación era el paseo rodeado de campos, los puestos de turrón, el monaguillo de la entrada, las velas promesas junto al Perdón del Hijo del Hombre, Enrique y María, los exvotos, los veintiséis escalones de la subida y los veintiséis de la bajada, los cuadros de las patronas de la escalera, el cuarto de los Milagros, el pozo, el lagarto y el chocolate con churros, para indicar que casi todo había cambiado, incluso que ya no se puede tocar el manto de la Virgen, que era su recompensa cuando venía de peregrino.
En la recta final, exaltó a los pueblos comarcanos y devotos de la “Chiquetita”, cantó al galeón y a los veleros en un largo poema marinero, y recorrió los símbolos utreranos por antonomasia: el cante, el toro bravo, el caballo… Remató con un ruego a la Virgen para que en el momento de su muerte, Ella, fuera su Consuelo. Y el estruendo final de plausos no se hizo esperar. Había pasado una hora y cuarto desde el inicio y Utrera agradecida y emocionada compensaba con su cariño y afecto al pregonero mariano por las vibraciones que había sabido transmitir.
Tras los himnos de Andalucía y de España se dio por concluido el brillante acto perfectamente organizado.
FELICIDADES MELLI
Fuentes: lautreracofrade