
Eran las seis y media de la mañana. Había que tener cuidado con la hora pues esta misma noche se retrasaban los relojes. En la plaza de la Almazara comienzan a llegar los primeros montados en su bicicleta y tapados, pues la mañana está fresca.
En poco tiempo un nutrido grupo de ciclistas se agolpa en los aledaños a la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles para comenzar la jornada. La organización tiene dispuesto el primer avituallamiento consistente en un bizcocho con una copita de anís para ir entrando en calor. Llega Protección Civil con su equipamiento para impedir que nada malo suceda.
A las siete en punto, la mayoría de los peregrinos ya han llegado, por lo que vamos a realizar un primer rezo en la Capilla de la Borriquita, pidiéndole a Nuestra Madre que nos regale con un día genial de convivencia y amistad, y que nada malo nos suceda por los caminos.

Atrás se va dejando Los Palacios y Villafranca por la Carretera del Monte. Una gran hilera de ciclistas pasan por la puerta del parque de La Corchuela para coger los caminos hacia Coria del Río.

Tras reponer energías con bebidas isotónicas y barritas energéticas se prosigue el camino hasta llegar a Colina. Será en esta parada donde los ciclistas se reunirán con sus familiares que han llegado desde Los Palacios en un autobús fletado por la organización. Desayuno campero en un paraje incomparable en plena naturaleza.

Poco a poco se va haciendo el camino y la siguiente parada será en el Vado de Quema. Breve parada para realizar el rezo ante la imagen de Nuestra Señora del Rocío que vigila por todos los peregrinos que acuden anualmente a su Ermita.

Los familiares nos esperarán un poco más adelante, a las afueras enfrente del mural pintado. Allí se repondrá otra vez fuerzas para continuar con la marcha que nos lleve hasta la Blanca Paloma. Más de cincuenta kilómetros llevan en las piernas los ciclistas, pero parece que llevan diez, pues ningún síntoma de cansancio aparece en sus caras.

Último avituallamiento para afrontar el último tramo de la peregrinación. Setenta kilómetros y tan sólo diez nos separa de la meta. Los ánimos siguen arriba pues con dos horas de adelanto con lo previsto por la organización se llega hasta la Ermita del Rocío. Son la una en punto de la tarde.

Las duchas están listas para que los ciclistas puedan lavarse, cambiarse de ropa y prepararse para almorzar en convivencia. Gran alegría entre los presentes, pues nada malo ha ocurrido en el peregrinar. Además, la organización tiene previsto un pequeño trofeo para premiar el mayor esfuerzo realizado, la constancia y el llegar hasta la meta sin haber desistido en su empeño: ese premio recayó en Manuel Mellado, gran costalero y mejor persona.
Por la tarde acudimos hasta la Ermita, para dar gracias a Nuestra Madre por habernos hecho caso en nuestras plegarias de que nada malo ocurriera en este día.