21 de mayo de 2016

Alcobas y martillos... Por Victor Garcia-Rayos


  • Esfuerzo de los costaleros para salvar el dintel de la puerta y sacar el paso. / Pepo Herrera



Después queremos que el arzobispo no se enfade, que deje de reñir porque los cofrades nos perdemos en asuntos de priostes, sayas, marchas y martillos. Nos ofendemos porque don Juan José nos azota la conciencia señalando al Evangelio como la mejor papeleta de sitio. Duele que un hombre a quien no terminamos de reconocer como de los nuestros ponga el foco sobre las miserias de los cofrades que a menudo perdemos la luz cierta, la referencia mayor. Vamos a reconocer las cosas. Las buenas y las malas.Venga esa mano al pecho a sentir el latido de la verdad. Pero sin miedo, que no pasa nada por aceptar que muy a menudo recorremos el camino de la basura del cuchicheo y la crítica barata, las puñaladas y las tonterías. Y claro, después de pisar tanta basura olemos a porquería. Esto es tan humano como cierto. También hay mucha gente en nuestras cofradías que se deja el alma en la mano tendida a los demás, en la entrega a la caridad y a la formación de nuestros grupos, en la oración y el esfuerzo, en el trabajo por la hermandad y por la propia Semana Santa de Sevilla. Y esas personas huelen a cielo, a gloria bendita. Desprenden esa fe, ese amor sincero y esa dedicación noble a la causa que nos convoca alrededor de nuestros templos y de la vida diaria de las cofradías. Y tampoco se les reconoce en su justa medida.
En esta Sevilla cofrade se pierde demasiado tiempo hablando de peticiones de manos y besos en los labios, muchas horas de discusión para dirimir si esa cara de la Virgen ha sido vestida con la frente más o menos despejada, cientos de miles de horas de atención a los pliegues de los rostrillos, al color de las flores y la colocación de la cera. Y, lo peor, las mal llamadas polémicas, que son noticias sin más relevancia que auspiciadas por determinados colectivos o sectores cobran extraordinaria relevancia y se convierten en asunto mayor de estado de la cofradías.
Hay momentos en los que perdemos la cabeza. Y lo tenemos que reconocer. Nuestro oasis cofrade tiene sus cloacas y no podemos negarlo. El segundo paso tras la destitución de Santiago en El Porvenir está siendo el debate sobre cuánto durará Sanguino en el martillo de la cofradía blanca. Y lo peor es que esas cosas interesan, son relevantes hasta el punto de convertirse en toda una referencia informativa. Más allá de la decisión de la junta de gobierno de una hermandad –en este caso La Paz– sobre el cambio en su equipo de capataces, que son los encargados de mandar los pasos el día de la salida procesional, subyace esa pestilente moda que, a mi juicio, justifica y explica la preocupación, a veces hecha pública, de gente tan solvente en el fondo y en la forma como Adrián Ríos o Marcelino Manzano. Son, además de sacerdotes, cofrades de Sevilla. Y alguna vez nos han indicado que no perdamos el tiempo en diatribas absurdas, que busquemos el cogollo del asunto y que apartemos de nuestros corazones esos absurdos y amanerados juegos del cotilleo que apenas conducen a sacar lo peor de nosotros mismos.
Hay cofrades sevillanos magníficos que intentan cada día recordarnos que estamos perdiendo el norte. Tenemos que escucharlos. Ellos tienen la educación de decirlo hablando y, como no gritan, no se les oye. Son cofrades veteranos que se dejaron la piel en otro tiempo para que hoy gozáramos del esplendor que estamos banalizando, gente comprometida con la fe, con las cofradías y con la ciudad. Regresemos a sus consejos, a sus opiniones. Busquemos el consenso y lavemos la ropa sucia dentro. Ofrezcamos una salida a quien se mete en el atolladero y no hagamos un aquelarre de cada pequeña anécdota cofrade.
Hoy tengo la sensación de que nos perdemos demasiado en la mala baba, en el cotilleo barato. No quiero contagiarme, pero a veces tengo la impresión de que me aparto de mi obligación profesional como periodista y, sobre todo, de ese Jesús que yace muerto en los brazos de la Piedad del Baratillo. Está destrozado, por amor. Por amor a todos nosotros. Y hay personas que intentan que le miremos con ternura mientras nosotros nos empeñamos en convertir las tonterías en mandamientos de la actualidad.

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